ADIOSES Y PERDONES

Las despedidas suelen ser mucho más ilustrativas que las bienvenidas. En las bienvenidas, lo normal es que el que llega y el que está no se conozcan. O no demasiado, al menos. Así que unos y otros se toman un tiempo para ver como van a estructurar su relación. En las despedidas, el que se queda y el que se va se conocen lo suficiente como para reaccionar con suficientes elementos de juicio. Lo cual puede ser bueno o malo, según se mire. En cualquier caso, al despedirse, suelen aflorar muchas más cosas que al recibirse.

En los últimos días hemos vivido dos buenos ejemplos de lo que digo. Raúl González Blanco y Pep Guardiola han dejado sus clubes de las últimas temporadas. En el caso de Pep, el de casi toda su vida. Y en los dos casos se ha demostrado que la relación entre los que se quedan y los que se van es mucho mayor que la que se basa en cuatro éxitos deportivos efímeros o una cierta simpatía. En ambos casos se han establecido lazos duraderos basados en la complicidad, la simpatía, el trabajo, los valores,… En establecer algo completamente nuevo en lo que, muy probablemente, nadie había pensado antes de iniciar la relación.

Foto: AP

Los dos casos citados son similares y se basan, en buena medida, en la personalidad de ambos. Pep y Raúl. Pero tienen muchas más diferencias. La relación de Pep con el Barça viene de lejos. De cuando era poco más que un crío. Ha vivido casi toda su vida en ese club, es más que su casa y su vida profesional, educativa y de relaciones afectivas se ha establecido en sus instalaciones. Pep no se puede entender sin el Barça y, probablemente, el Barça ya no pueda entenderse sin Pep.

Raúl llegó al Schalke con toda su formación hecha. Ha estado allí sólo un par de años y es casi seguro que el club alemán será poco más que una etapa en su larga y exitosa carrera futbolística, pero no es menos probable que el Schalke no vuelva a ser lo mismo tras el paso del madrileño por Alemania. De hecho, la dirección del equipo ya ha dicho que van a retirar el número 7, el que siempre ha lucido Raúl. Algo que, por ejemplo, no ha hecho su club de toda la vida. Ese que en el que Raúl ha sido mucho más que un jugador, un goleador o un capitán. El Real Madrid sigue pensando qué hacer con Raúl, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Mientras que el Schalke y su afición le han despedido bajo el lema «Señor Raúl». Está todo dicho.

Las despedidas son, o pueden ser, un punto y final. Pero no necesariamente. También pueden ser un punto y seguido o un punto y aparte, a la espera de un reencuentro. Las despedidas suelen servir, en todo caso, para hacer balance. Y hacer balance lleva aparejado reconocer aciertos y errores. Los primeros siempre son más fáciles de reconocer que los segundos. A lo mejor por eso, soy de la opinión de que los primeros deben ser reconocidos por terceras personas, mientras que los segundos hay que asumirlos en primera personas. Ahí, también, Guardiola ha dado una lección.

En estos cuatro años, no pocas veces se ha tildado al de Santdepor de ser un “falso” o un hipócrita ya que consideraban, esos críticos, que sus ruedas de prensa, sus buenas palabras, sus actitudes caballerosas eran una pose que escondía a un pequeño radical catalanista, antimadridista y no se cuantas cosas más. Es posible, no lo sé. Pero lo cierto es que se agradecen esas actitudes moderadas, templadas y conciliadoras en tiempos de tanta agresividad, física y verbal. Yo, al menos, lo agradezco. Incluso para mantener esa pose durante cuatro años, hay que tener una pasta especial.

Pero, además de mantener esa buena actitud, Pep no perdió la ocasión, en la rueda de prensa del viernes, de disculparse, de pedir perdón. Y esa petición me hizo recordar la cantidad de veces que se pide o que se habla de perdonar. Me hizo pensar en el perdón.

El perdón es una figura extraordinariamente compleja, en mi opinión. No vale sólo con pedir perdón. Hay que analizar quién lo pide, en que contexto, quién lo concede y que alcance tiene el perdón. Para mi no tiene el mismo valor que alguien pida perdón espontáneamente cuando considera que se ha equivocado, que cuando el perdón viene reclamado por terceras personas después de que se ha descubierto el error o la equivocación. El espontáneo, el automático me parece más sincero y digno de crédito.

No es lo mismo que el perdón vaya seguido de una rectificación total de la conducta que ha llevado al error que qué sea un punto y seguido, a continuación del cual, se reproducen las conductas indeseadas. Este segundo tipo de perdón sólo busca seguir hacia delante, evitar un obstáculo, no busca modificar las conductas erróneas y reorientar el camino. Este segundo perdón, en mi opinión, no vale para nada. Por eso, es importante que haya una segunda o tercer persona que acepte el perdón pero, lo más relevante, la carga de la prueba, suele estar siempre en quién pide el perdón.

En las últimas semanas, por ejemplo, se habla mucho en España de que los asesinos de ETA pidan perdón. Y es claro que, en mi opinión, deben pedirlo. Pero no deberíamos ligarlo, por ejemplo, a beneficios de cualquier tipo. No deberíamos convertir el perdón en una especia de zanahoria para reconducir el comportamiento de los asesinos. Su perdón tiene que ser íntimo, sincero, total, sin contraprestación. Tienen que pedir perdón no porque esperen nada a cambio sino porque lo que hicieron, sus crímenes, estaban incuestionablemente mal. Y punto.

Otra cosa es que una vez pedido perdón, una vez comprobado que han cambiado de conducta y de actitud, una vez comprobado que no ha sido una impostura y que su paso no tiene marcha atrás, el estado adopte las medidas que considere oportunas. En ese camino, claro que es importante el papel de las víctimas. Pero tampoco tengo claro que la admisión del perdón tenga que venir única y exclusivamente de las víctimas, por las que tengo el enorme respeto que se merecen por su sufrimiento, por su aguante y porque estos asesinos han truncado sus vidas de una u otra forma. Porque les han cambiado la vida de la forma más cruel y para siempre.

Por eso, creo que sería posible formular las siguientes preguntas: Perdón ¿por qué?, ¿cómo? y ¿para qué?. En el fondo, el perdón no es un valor en si mismo. Al menos, no siempre.

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