ARENAS, A DEBATE

El 18 de marzo el PP se movía entre los 54 y los 59 escaños. En el peor de los casos, le faltaba un empujoncito para lograr la mayoría absoluta en las elecciones al Parlamento de Andalucía. Ese mismo día, el PSOE oscilaba entre 41 y 44 diputados. Lejos, lejísimos de la mayoría absoluta y de los resultados de 4 años atrás. A una semana de las elecciones, IU aspiraba a sumar entre 1 y 3 representantes a los 6 de la legislatura anterior. El 18 de marzo de 2012, ese era el panorama más o menos coincidente que daban las encuestas publicadas por los medios de comunicación.

Pero las elecciones estaban convocadas para la semana siguiente. Y el 25 de marzo, el PP paso de 47 a 50 representantes, el PSOE de 56 a 47 e IU de 6 a 12. El PP logró su primera victoria en unas autonómicas andaluzas pero no gobernará. El PSOE perdió por primera vez en 30 años, pero seguirá gobernando. La primera conclusión, así, de primeras, es que no se pueden comparar unas elecciones con unos sondeos. Cierto. La segunda es que en una semana (la que va del 18 al 25 de marzo) pueden pasar muchas cosas. De hecho, pasaron. La tercera es que los números, como las palabras, admiten varias interpretaciones. Varios niveles de significado. Y me propongo buscar alguno de ellos.

Si revisamos las fichas de esas encuestas, cosa que no solemos hacer, nos encontraremos con las fechas en las que se llevaron a cabo las entrevistas que dieron lugar a esas encuestas. Lo que llaman el trabajo de campo. El sondeo de ABC se realizó en 3 oleadas. Las primeras 1.500 entrevistas entre el 16 y el 24 de enero. Las segundas 1.500, entre el 8 y el 16 de febrero. Y las últimas 1.000 entre el 7 y el 12 de marzo. Para la encuesta de El Mundo, las 2.000 entrevistas se realizaron entre el 12 y el 15 de marzo. En el caso de El País, el trabajo de campo, 1.200 encuestas, se desarrolló entre el 6 y el 15 de marzo.

Con esos datos, tenemos que corregir las interpretaciones. No es que entre el 18 y el 25 de marzo hayan pasando grandes cosas que hayan cambiado la tendencia de voto. Tenemos que ampliar el calendario y mirar que pasó entre el 12-15 de marzo y el 25, además de la obvia diferencia que va de un sondeo a unas elecciones en urna. Y en ese punto nos encontramos con un hecho, bajo mi punto de vista, significativo.

El 12 de marzo de 2012, a las 21’30 horas se celebró un debate entre los candidatos con representación parlamentaria en Canal Sur. ¿Entre todos los candidatos?. No. Uno se resistió a la cita. Y dejó el «campo de batalla» libre a los otros dos. No recuerdo que algo así haya ocurrido antes. Sí conozco algún caso ligeramente parecido en el que los contendientes y los organizadores tensaron la cuerda casi hasta el final. Pero nunca, que yo sepa, se había producido un debate en el que uno de los convocados se negase a acudir y, pese a todo, el debate se celebrase.

Javier Arenas no acudió a la televisión andaluza y es muy posible que se pase toda la legislatura lamentándolo. No seré yo quién diga que no ha conseguido la mayoría absoluta que le daban las encuestas por ese detalle. Pero estoy completamente convencido de que su ausencia ha influido. Primero, por muy sólidos que fueran sus argumentos, los votantes no entienden que alguien se niegue a participar en el único acto electoral que podemos considerar como no partidista. Segundo, dejó el terreno libre para que los otros dos contendientes iniciasen las negociaciones para formar un gobierno de coalición, sin que nadie les afease la conducta, o les sacase los colores o plantease una alternativa. Y todo ello en público. Tercero, cambió un acto mediático (de electores) por un acto de partido (de convencidos). Cuarto, perdió la ocasión de explicar sus propuestas y permitió que fuesen otros quienes las «explicasen» a los votantes por él.

En resumen, Javier Arenas y el PP desaparecieron de la campaña en un momento clave. Y esto me lleva a un segundo elemento igualmente importante. El candidato popular asentó, con esta decisión, la que era su estrategia de campaña: perfil bajo para no perder lo ganado. Arenas y su equipo se apuntaron a la tesis de que, con todo a favor, lo mejor es dejar que los días pasen y que no se movilice el electorado contrario. Por esa senda, cuesta abajo, el triunfo, creían, estaba asegurado.

Pero se olvidaron de revisar los precedentes. Casi siempre que un candidato sale a no perder, a dejarse llevar, termina no logrando sus objetivos. Y no deja de ser curioso que los exponentes más claros de aplicación de esa estrategia de campañas de perfil bajo suelen coincidir con campañas en las que no ha habido debates. Y campañas que han dado lugar a resultados inesperados. Así, en 1996, José María Aznar no quiso debatir porque todo pintaba de color de rosa. Hizo una campaña de perfil bajo no, bajísimo, porque todo pintaba de color de rosa. Y se encontró con un resultado mucho más ajustado de lo que nadie habría sospechado.

En 2004 (al margen de otros muchos condicionantes) Mariano Rajoy apostó por una campaña de perfil bajo y sin debates y el resultado fue que tuvo que esperar 7 años para llegar a La Moncloa. Pero lo más curioso es que Javier Arenas, además de todos estos precedentes, tenía uno mucho más cercano y directo. El propio Rajoy, con todo a favor apostó, el pasado otoño, por hacer una campaña moderada (no movilizadora, pero tampoco mínima) y apostó por hacer un debate, el que organizó la Academia de TV el 7 de noviembre de 2011. Y a los hechos me remito. Rajoy llegó al gobierno al tercer intento y Arenas no lo logró ni al cuarto.

Detrás de todas las campañas del PP de los últimos años ha estado siempre el sociólogo Pedro Arriola. Dicen que es el responsable de las estrategias básicas de todas esas campañas. De las que tuvieron éxito y de las que fracasaron. El pasado 20 de enero, Arriola dijo (en un seminario organizado también por la Academia de TV sobre el Debate de 2011) que «los debates no tienen la menor importancia» en las campañas. Valoró su influencia en unas pocas décimas o poco más de un punto, en el mejor de los casos. A mi aquello me sonó a provocación intelectual y me gustaría saber su opinión experta sobre el caso de las recientes elecciones andaluzas.

No seré yo quién diga que la capacidad de movilización del PSOE no ha tenido importancia. O quién restaré valor al hecho de que la mayoría de la sociedad andaluza sea de izquierdas y por eso se han resistido a votar al PP y/o han preferido mirar más a la izquierda a la hora de negarle el voto a Griñán y a los socialistas. No seré yo quién niegue que una parte de los votantes del PP se han acomodado ante los resultados que daban las encuestas y han decidido no ir a votar, aunque ahora lleven 48 horas arrepintiéndose. O quién reste valor al hecho de que las medidas que ha ido tomando el gobierno de Rajoy y las que le adjudican para las próximas semanas (presupuestos incluidos)  hayan decepcionado a muchos de esos 400.000 votantes que el PP ha perdido en Andalucía entre el 20 de noviembre y el 25 de marzo. No seré yo.

Pero estoy más que seguro de que el 12 de marzo, en Canal Sur, se empezó a escribir el capítulo definitivo de las elecciones al Parlamento de Andalucía del 25 de marzo de 2012. Y se empezó a escribir en un debate en el que Javier Arenas no quiso entrar.

Los debates electorales, en mi opinión, sólo se pueden evitar cuando todos los candidatos (o, al menos, los principales) están de acuerdo en que no los haya. Creo que no deberían tener los candidatos esa última palabra, pero lo cierto es que la tienen. Ahora bien, cuando es uno sólo el que no quiere debatir, es mejor que se lo piense dos veces. Porque me da la sensación de que lleva todas las de perder.

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